¡Vaya usted a Urgencias!
Este país, España, tiene necesidad de unos cuantos pactos de Estado, es decir, de acuerdos globales negociados y firmados por los principales partidos, singularmente los dos mayoritarios, centrados en abordar asuntos graves y de interés general cuya aplicación no debería depender de cuáles son las siglas que en cada momento encabezan el Gobierno.
Para empezar, quizá haría falta articular un proyecto de nación. Llegar a un modelo acordado en el que coincidan esos dos partidos principales, algo que en este momento no existe; ahora, principalmente del lado del socialismo gobernante, con sus giros y cesiones en cualquier terreno, sobre todo al independentismo aunque no solo, con tal de seguir en el poder.
La buena noticia es que en otros tiempos sí han sido posibles esos grandes acuerdos, como ocurrió con los Pactos de La Moncloa en 1977 y el pacto constitucional de 1978; también los dos para el desarrollo autonómico, en 1981 y 1992; los pactos contra el terrorismo de ETA firmados en 1987 y 1988 por todas las fuerzas parlamentarias, incluido el PNV; el Pacto de Toledo de 1995; el acuerdo de 2002 para despolitizar la Justicia; y, finalmente, en 2017, el pacto contra la violencia machista.
Sin embargo, siguen faltando acuerdos globales sobre asuntos básicos como la educación (que no tendría que depender de quién gobierna), o sobre la emigración (convertida en una amenaza global en toda Europa), y sobre asuntos tan dramáticos como el invierno demográfico en España, un país donde nacen 20.000 niños menos que hace veinte años; y muy probablemente otro para una reforma electoral que rebaje la preponderancia de los partidos nacionalistas a la hora de formar mayorías de gobierno.
La Justicia constituye por sí misma un asunto grave, dadas las consecuencias directas sobre la sociedad y el ciudadano, y también lo requeriría. No solamente por la no renovación de la cúpula judicial, sino sobre todo por las carencias de medios y de personal. Y más aún por la plaga de los atascos: España se ha situado a la cola de Europa, con más de dos años y medio de retraso.
Pero quiero referirme, singularmente, a la sanidad, que afecta a la totalidad de la población, pero más aún a las clases medias y bajas, esas que difícilmente tienen acceso a seguros privados complementarios.
Gobierno tras Gobierno, la sanidad continúa siendo asignatura pendiente. Es una realidad que no solamente no se arregla, sino que ni siquiera mejora, y aun parece ir siempre a peor.
Me refiero, a la sanidad pública, las que hemos pagado y pagamos entre todos, la que alcanza a todos: la Seguridad Social.
Se necesita ese pacto, a la vista de los colapsos en los hospitales, de las interminables listas de espera para verse atendidos, de las carencias en los centros de atención primaria, de los atascos en los centros de salud, del escasísimo tiempo que se dedica a cada paciente, de las urgencias abarrotadas y con camillas en los pasillos...
No se trata de una cuestión aislada, padecida en una o varias comunidades autónomas concretas, sino que se sufre en la práctica totalidad del territorio.
Las huelgas en la sanidad madrileña han llenado telediarios, mientras se olvidan los paros de enfermeros y enfermeras en Cataluña desde hace mes y medio, o la situación en Navarra, con los cierres de centros de salud y donde la sanidad constituye el principal problema para más de la mitad de los navarros. Y así en tantos lugares. Pero el desafío es nacional, global.
Alguien tendría que repensar el actual modelo, que desactiva centros de asistencia primaria y descarga el peso en las urgencias de los grandes hospitales, lo que provoca que no den abasto.
Y me parece una grave anomalía lo que está sucediendo ahora. Conozco varios casos de médicos y especialistas de la Seguridad Social que, tras atender a un paciente, y a la vista de las lejanísimas fechas que les dan para una determinada atención o prueba médica, un tac por ejemplo, aconsejan: “Si no le fijan un día próximo, vaya a urgencias. Allí le atenderán sin duda”. Dicho por profesionales de la sanidad pública en ejercicio. Increíble pero real.
editor@elconfidencialdigital.es
